martes, 8 de octubre de 2013

«El sendero del sol» (Parte ΙΙ)

El sendero del sol
(Parte II)

El niño crecía con problemas de salud, pasaba la mayoría del tiempo enfermo, no podía tolerar la leche del pecho de su madre. Todos creían que iba a morir.
Al lado de su casa vivía doña Pepa con su esposo y sus cuatro hijos. Su marido con la ayuda de sus hijos quemaba leña en la montaña para sacar carbón y venderlo al pueblo.
La Sra. Pepa cuidaba dos cabritas las cuales las tenía atadas bajo la sombra de un árbol de ciprés, protegidas de la lluvia con un techo de láminas de zinc.
Al anochecer el árbol de ciprés se llenaba de lechuzas, las cuales comenzaban a cantar con llantos y quejidos, así los pájaros acompañaban la vida nocturna de la gente de este pueblo. Un acompaña­miento morboso y triste, lleno de monótonas ráfagas de pesimismo.
Doña Pepa ordeñaba las cabras era una leche blanca y espumosa, que se la vendía a la madre del niño. Ella hervía la leche y le ponía un grano de sal, y se la daba al niño.
-Debemos bautizarlo antes que sea muy tarde, puede ser que se muera sin bautizarlo entonces va a ser pecado mortal,- dijo la madre. Debían apurarse.
La madre recordó que tenía una amiga con la cual fueron juntas a la escuela, y habían prometido una a la otra, la que se casara primero, la otra le bautizaría el bebe.
-Pero ella se fue para América- dijo el padre. Un viejo emigrante el cual regresó de visita a su tierra natal, la vio se enamoró de ella y se la llevó. Era un Griego-americano con una Calvicie que brillaba desde lejos, de la bolsa de su chaleco se colgaba una cadena que parecía de oro, esto demostraba que tenía reloj. Cuando se reía mostraba un diente de oro que estaba metido en la parte izquierda de su boca junto con sus hermanos blancos y amarillos.
Oro tiene, oro enseña,- comentaba la gente del pueblo. Todos decían que era muy afortunada al casarse y salir de la miseria del pueblo.
Además ¿qué importa sí él era mucho mayor que ella? Dijo Cloe, la vecina, la que estaba buscando  marido, -lo que cuenta es que le prometió que iba a vivir como una reina.-
El tío Andrés, un marinero viejo ya retirado, estaba escuchando la conversación, se rió y dijo:
-Este sí que la va a hacer una reina, pero de lavaplatos.
El padre lo miró con odio y no dijo nada.
-Debe haber un modo de avisar a la americana- dijo la madre.
El padre tenía otra idea,
-Un primo mío que vive en Italia me decía que él quería ser el padrino de mi hijo.
-¿Que dices mujer, le escribo para que venga?-
-O no, espera, avisamos a la americana, y si ella ha cambiado de opinión, entonces le escribes a tu primo- dijo la madre.
-Está bien, además, quién sabe qué puede pasar, otra cosa es tener por madrina una americana, hasta puede ser la suerte de nuestro hijo de ser americano- dijo el padre.
Se entabló correspondencia con la americana por el asunto del bautizo, las cartas iban y venían a paso de tortuga, mientras tanto el niño, amarillento, delgado, enfermizo, crecía a duras penas, en su última carta la futura madrina pedía disculpas porque le era imposible viajar al pueblo a bautizar el niño, tenía dificultades monetarias, y su marido se oponía del viaje con barco, el único transporte que existía, calculaba tantos días de ida, y tantos de vuelta, y sin ganar nada, esto no puede ser, es una verdadera catástrofe. Pero tengo una solución, lo voy a bautizar con apoderado que reside en Grecia. Así recomendó a su hermana, la cual lo va a bautizar a nombre de la americana.
Por el correo llegó un paquete desde América envuelto en papel grueso, color marrón y muchos sellos postales. Adentro tenía el traje de bautizo para el niño, era de color blanco con cordones azules y en las esquinas, para llenar el cajón, tenía páginas multicolores de periódico. Las páginas estaban llenas de caricaturas con hombres volando con una gigantesca S en el pecho. Esto impresionó mucho a la gente del pueblo, comentaban entre sí, “imagínate hasta hombres que vuelan han inventado los americanos.”
No sabían cómo explicarlo, llamaron a tío Andrés un viejo marinero que se había quedado del barco por una temporada en América trabajando construyendo líneas de ferrocarril. Les dijo que era el Superman, los niños del pueblo se quedaron con la boca abierta de sorpresa.
-Muy pesado el trabajo en América, me sentía como un esclavo, no aguanté las muchas horas, la discriminación contra aquellos que hablaban poco inglés y con el acento de su patria natal, así que abandoné el país de los sueños y aquí me tienen sano y salvo.  El padre intervino:
-No le hagan caso a tío Andrés, él es una borracho, un haragán.-

 Continuará

3 comentarios:

Anónimo dijo...

desde long Island
felicitaciones

Stratos Doukakis dijo...

Leyendo tu relato amigo Gabriel se vienen en mis ojos imágenes de aquellos años en los pequeños pueblos de Venezuela, cuando la gente era todavía inocente y vivía de lo simple…

pylaros dijo...

Así es amigo Strato
El pueblo era tan aislado de la era moderna que una vez terminando la guerra mundial 1945 vino una Señora de edad americana con la cruz roja, preguntó quién podía tocar algún órgano musical. Un Señor del pueblo tocaba Violin, ella tenía una grabadora o algo parecido. Cuando termino y se fue el músico la Señora de la cruz roja apretó un botón y oímos la música otra vez. La gente corría como locos.
Dime si la situación es algo parecida solo con el titulo de “Cien años de Soledad” de Gabriel García Márquez.

Gracias por su visita

Un abrazo

Gabriel